Interesante e intenso libro de relatos de pesca en ríos y escenarios idílicos, escrito con una prosa amena, dinámica y entretenida, que se lee de un tirón. Aunque uno no pueda vivir sólo de recuerdos, resulta innegable que los recuerdos, si son buenos, también ayudan a vivir. Y para el pescador creo que todos los recuerdos son buenos. Incluso los fracasos. Porque si es sabio y objetivo ganará una enseñanza, y en todo caso le servirán para sentirse más vivo justamente por haberlos vivido. Libardón, Suarón, Esqueiro, Saliencia, Esva, Onón, Narcea… son nombres de algunos de los ríos asturianos en los que el autor libra sus peleas con reos y truchas. En sus relatos de lances de pesca, destila pasión y consigue que el lector los viva como propios, convirtiéndose en pescador: Disfruta uno con cada echada, se entusiasma con la picada o el tirón, se enardece al clavar el pez y luchar con él, sintiendo con la misma intensidad la satisfacción de la captura como el abatimiento y frustración del fracaso.
Así lo describe el propio autor José Manuel Álvarez Mayo

El título de mi libro – «Anécdotas de 21 años de río» – responde a que recoge algunos de los lances vividos en mis primeros 21 años como pescador de río. Sin embargo también habría podido titularlo «Memorias de un pescador compulsivo» sin exagerar un ápice. La pesca siempre tuvo un papel básico en mi vida, hasta el punto de que puedo afirmar que fue antes una obsesión que un pasatiempo. En el río empecé a lanzar la caña con 11 años, y para entonces ya era pescador, porque ya había echado a tierra bastantes lubinas, chipirones y sargos, por citar algunas de las especies más conocidas que había pescado en la mar.
Pero aunque antes fui pescador de mar, creo que luego fui, sobre todo, pescador de río. Porque sin abandonar la vecindad de olas, las corrientes fueron las más de las veces las que llevaron su constante rumor a mis oídos. Los días que acudí al río fueron incontables, y disfruté muchísimo, porque tuve la suerte de conocer buenos tiempos. Pesqué porque hice por ello, y porque había peces, lo que infelizmente no sucede hoy.

Sin embargo el libro dista mucho de ser una galería de capturas, y ahí si le hace justicia el título, pues de tanto acudir al río no podía por menos de protagonizar un sinfín de sucesos de índole tan diversa como inesperada. Es la magia de la pesca, que hechiza tanto en la medida que sorprende.
Pero la pesca sin peces no es posible, y sin ellos tampoco existiría el libro. Seguramente es por lo que me ha dicho un buen amigo que el libro ya es historia. Y es que a tal punto hemos llegado, que la pesca, como un feliz día la conocí, ya no existe. Las poblaciones ictícolas han mermado tanto como aumentado sus predadores. Sobre todo cormoranes, garzas y nutrias, por lo que se comprende la razón del problema, aunque no sean los predadores los únicos responsables, ni aun diría los principales. Porque sin la indolencia y la necesaria cooperación de los políticos, la realidad sería otra.
Así que mientras esperamos que algún día vuelva a imperar el sentido común y aceptemos todos que las criaturas más importantes en los ríos son los peces, sólo nos queda vivir de recuerdos. Y para evocarlos, modestamente, les dejo el libro.»